En el municipio de Tepetlixpa, en el estado de México, un mapeo realizado por Slow Food ha detectado una enorme riqueza de frijoles nativos que son cultivados en asocio con maíces nativos (ancho, azul, blanco, pepitilla y rojo), calabazas, habas, alberjones, chicharos, amaranto, quinoa, aguacate, nuez de castilla, zapote, ciruela y otras hortalizas, frutas y quelites.
Se trata del frijol amarillo bola (de color amarillo mostaza y con alto contenido en carbohidratos), ayocote morado (grueso, varía de los colores azules a violeta intenso, de sabor dulce e intenso, ideal para el relleno de los tlacoyos y los tamales de frijol), bayo (blanco amarillento o rosado uniforme), mantequilla (beige, crema o café muy claro un poco rojizo, habitualmente se consuma cocido en guiso), pinto (rosa claro un poco café con manchas más obscuras aleatorias), vaquita amarillo (mostaza claro y blanco aleatoriamente en manchas, se consumen cocidos con plantas aromáticas y otras verduras) y vaquita rojo (de color blanco y rojo aleatoriamente en pequeñas manchas).
A pesar de sus excelentes caracteristicas nutricionales y su sabor especial, en la región estos frijoles no están difundidos entre los consumidores. No son conocidos tampoco por muchos agricultores, ya que sus rendimientos son bajos en comparación de las variedades comerciales, lo cual los vuelve poco atractivos como cultivo. La cosecha de estos frijoles también es complicada, ya que al estar asociada siempre con el maíz debe ser hecha a mano y esto incrementa los costos de producción. Por lo tanto se producen a pequeña escala para consumo familiar y para la preservación de la semilla.